Resulta profundamente emocionante que films como Gondola (2023) surjan dentro de un panorama fílmico claramente codificado y estandarizado. La película del veterano Veit Helmer, cineasta todoterreno cuya filmografía cubre más de cuatro décadas y en la que ha afrontado todos los géneros y formatos posibles, es un soplo de aire de fresco, que concede a las imágenes todo el significado en ausencia de diálogos que subrayen las acciones de los personajes que conforman la trama. En el último largometraje de Helmer solo se utiliza el sonido ambiental como herramienta para otorgar una tercera dimensión a las escenas sobre las que se cimenta este precioso romántico que homenajea al cine clásico; no solo por su puesta en escena, sino también por su dirección de intérpretes, que le añade esa aura de ingenuidad ante la que es imposible no esbozar una sonrisa.

Gondola narra el encuentro entre dos azafatas de cabina de una senda de teleféricos, con sus respectivos viajes de ida y vuelta, situada en una zona turística en las montañas de Georgia. Entre ambas, nacerá un vínculo que va más allá de la amistad, pese a que, en realidad, la interacción se reduce al punto de encuentro en el aire entre ambos viajes. Un espacio temporal que Helmer convierte en rito, también en un homenaje a ese amor efímero ante nuestros ojos pero eterno en nuestra memoria. Un refugio de complicidad donde solo caben la mirada y los gestos; el humor y la anécdota. Un lugar devenido hogar para ambas que contrasta con el contexto rígido y tradicionalista que lo envuelve. Por suerte, nada les importa en ese instante a Nino e Iva –fantásticas Nino Soselia y Mathilde Irrmann. Efecto similar en el espectador es el que genera durante los ochenta y cinco minutos de metraje esta original propuesta.